miércoles, 24 de octubre de 2012

Cuento



LOS ELIOT

Tres amigos, incluyendo a una preciosa perrita Collie, viajaban por el noreste de Inglaterra en un viejo cuatro por cuatro.
La perrita Collie ocupaba uno de los asientos traseros del coche dejando pelos color caramelo en el respaldo.
-¡Clumsy! –llamó la alegre voz de su acompañante.
Inmediatamente, los ojos grisáceos de Clumsy se volvieron para contemplar el amable rostro de su dueña, quien le incitó con un gesto de mano abalanzarse sobre ella con efusividad.
-¡Charlotte! ¿Cuántas veces te he dicho que mantuvieras quieta a Clumsy? ¿No ves que va soltando pelos por todos lados? –advirtió con voz contrariada el conductor.
-Vamos, Josh, ya sabes que para un Collie es imposible no caerse el pelo, incluso aunque esté como una estatua, ¿verdad, Clumsy? –dijo el copiloto dándose la vuelta en su asiento y acariciando a la perrita entre las erguidas orejas.
Aquel era William, más conocido como Will, para los amigos. Entre los dos chicos del grupo, Will era quien más le gustaba a Clumsy; no es que Josh fuera para nada menos amable, sólo un poco más irritable…
Josh tomó una curva que los llevó por un camino viejo de grava y tierra que, según él, era un atajo. A medida que continuaban, el cielo comenzó a nublarse con nubes claramente cargadas de lluvia.
Cuando llevaban más de media hora siguiendo la misma dirección de la carretera vieja, el motor comenzó a hacer sonidos raros.
-¡Oh, oh! –murmuró Charlotte.
-Vamos, vamos, no te pares ahora –dijo entre dientes Josh.
Clumsy  empezó a ladrar en cuanto vio que varias gotas de lluvia chocaban contra el parabrisas.
-Genial… -susurró con ironía Will justo en el momento en que se paró el coche con un estruendo.
Después de diez minutos, Josh volvía a encontrarse dentro del coche, empapado y con cara disgustada.
-El motor “ha muerto” –anunció el chico removiéndose en el asiento.
-Míralo por el lado positivo: por lo menos tenemos un lugar donde regocijarnos de la lluvia –contestó optimista Charlotte con su inquebrantable buen humor.
-Sí, claro, sin contar que estamos perdidos en un campo de no sé qué parte de Inglaterra, con comida de perro como único alimento, y con una tormenta sobre nosotros –indicó Will con claro sarcasmo en su tono de voz.
-¡Guau, guau! –ladró insistentemente Clumsy apoyando sus patas delanteras en la ventana de la puerta trasera contraria a la de Charlotte.
Todos miraron en la dirección en la que ladraba Clumsy y vieron la silueta ensombrecida de una casa en lo alto de una colina. Se observaba una tenue luz procedente del interior de la casa.
-¡Qué suerte! –exclamó sonriente la chica.
-Coged vuestras cosas del maletero y vayamos rápidamente a esa casa. Seguramente haya alguien que nos pueda ayudar… y que tenga herramientas también –ordenó decidido Josh.
Cogieron sus cosas y se fueron corriendo hacia la casa. A medida que se iban acercando, las dimensiones de aquella silueta fueron haciéndose más grandes. Cuando llegaron al porche se encontraron una gran casa de campo del siglo dieciocho. Parecía en buen estado a pesar de los años que podía tener, pero presentaba colores oscuros y gastados que le daban un toque bastante tenebroso. Añadiendo los truenos y relámpagos que comenzaban a sucederse en el cielo, la opción que tenían delante no les parecía ni mucho menos acogedora.
-Esto parece una película de fantasmas… -susurró entrecortadamente Will.
Josh y Charlotte miraron a su amigo con ojos impacientes, para que llamase a la puerta. Ninguno de ellos quería o, al menos, tenía el valor de hacerlo. Clumsy se acercó a él con su pelo lacio y largo chorreando. Lamió la mano del chico dándole ánimos. Él le sonrió y cogió aire, preparándose para dar la cara al miedo. Se acercó a la puerta acompañado por Clumsy y dio tres golpes sobre la gastada madera.
En un principio no pasó nada ni se escuchó ningún sonido desde el interior de la casa. Will se giró levemente para intercambiar una mirada extrañada con sus amigos, cuando se repente la puerta comenzó a abrirse despacio con un chirrido espeluznante. Todos contuvieron la respiración. Will volvió la vista de nuevo a la puerta, y se encontró con la pálida figura de un anciano que le miraba con fijeza, atravesándolo con sus ojos azules como el más frío de los hielos.
Nadie dijo nada, sólo el cielo rugía con fiereza. Clumsy le dio un golpecito en la mano a Will para que dijera algo. El chico tragó saliva y todavía con los ojos abiertos por la impresión, dijo:
-Perdone… Buenas noches. Sentimos si le hemos interrumpido, pero a mis amigos y a mí se nos ha estropeado el coche –dijo en el tono más educado posible. El anciano lo miraba impasible- Nos preguntábamos si nos dejaría quedarnos aquí hasta que arreglemos el coche, si no es molestia –en ese momento sus ojos azules centellearon y levantó la mirada hacia los demás- O hasta que pare la tormenta, si prefiere –repuso Will alarmado por aquel repentino movimiento, creyendo que lo había molestado.
-Pasad –contestó el anciano con voz baja y grave.
Se dio la vuelta y abrió por completo la puerta. Will miró a sus amigos con sorpresa. Ellos, muertos de frío y mojados como estaban, en cuanto vieron la puerta abierta se lanzaron dentro de la casa. Clumsy y Will entraron con precaución a un gran vestíbulo iluminado por la luz de una gran chimenea tan antigua como la casa.
Charlotte, que se caracterizaba por su gran extroversión y confianza, ya había entablado una conversación, aunque no muy fluida, con el anciano.
-Muchas gracias, señor. Pensábamos que tendríamos que quedarnos en el coche hasta mañana. Es muy amable por dejarnos pasar a su… bonita casa –agradeció la chica con una sonrisa un tanto forzada.
El anciano sonrió levemente con semblante lastimero.
-Yo sólo soy el mayordomo de la casa. El señor no está en estos momentos. Sentaos en la sala y calentaos al fuego. Os traeré algo de comer –dijo con la misma voz monótona de antes.
Todos musitaron un leve “gracias” y se fueron a sentar en el gran sofá de felpa rojo que había delante de la chimenea. Clumsy se tumbó a sus pies.
-El dueño de esta casa debe de ser alguien importante y rico para poseer todo esto –dijo Josh refiriéndose a todos los muebles de época que llenaban la sala. Parecía que se encontraban realmente en el siglo dieciocho.
-Mirad –dijo Will en tono bajo.
Todos miraron al cuadro que se encontraba al fondo de la habitación: era una pintura o, más bien, un retrato de dos personas.
Representaba a una pareja muy bella, vestidos con ropajes caros y finos. El hombre tenía un porte elegante y serio, mientras que la mujer poseía un rostro amable y dulce.
Todos supusieron que debían de haber sido los dueños de aquella casa mucho tiempo atrás.
-Son el señor y la señora Eliot –informó el mayordomo sobresaltándolos. Dejó la bandeja con la comida en una mesilla al lado del sofá- Ellos fueron los que mandaron construir esta casa de campo para su disfrute –explicó mirando nostálgico el retrato. Apartó la vista rápidamente, contrariado- Por favor, comed lo que queráis.
Los chicos se miraron y al cuarto de hora ya no había nada en la bandeja.
-¡Ah! ¡Qué delicia! –exclamó Will.
El mayordomo sonrió.
-Hace bastante tiempo que no tengo huéspedes tan jóvenes como vosotros. Muy a menudo llegan aquí viajeros para resguardarse del mal tiempo que hace por estas zonas.
-¿Y a su señor no le importa? –preguntó Charlotte.
-No suele quedarse aquí por mucho tiempo… Quizás no le conozcáis durante vuestra estadía –dijo con tono enigmático.
El mayordomo recogió la bandeja y acto seguido les dijo que les enseñaría sus habitaciones. En cuanto estaban atravesando la puerta del vestíbulo, Clumsy movió las orejas y enseñó los dientes. Rápidamente se puso a ladrar con rabia delante del retrato de los señores Eliot. Había sentido una identidad procedente de aquel cuadro, y no le gustaba nada de nada.
El mayordomo la miraba de forma neutra. No había en su semblante ningún rastro de su reciente amabilidad.
-¡Clumsy! –gritaron exaltados los tres amigos.
Josh se adelantó y cogió a la perrita por el collar, tirando de ella con gran fuerza al ver que se resistía.
Cuando la consiguieron sacar de la sala y dejara de ladrar, le pidieron disculpas al mayordomo con gran pena. Él solamente dijo que no importaba y los llevó al piso de arriba, no sin antes mirar con ojos inquietos al cuadro que había causado tanto revuelo.
El piso de arriba estaba lleno de espaciosas habitaciones, también decoradas como el resto de la temática de la casa. Había habitaciones para todos, y antes de despedirse del mayordomo para disponer cada uno de su habitación, Josh preguntó:
-Perdone, pero ¿no tendrá usted una caja de herramientas? Da igual que sea antigua, me las podré apañar.
-Por supuesto. Mañana la encontrará en la mesa del salón para que pueda usarla –contestó amablemente- Buenas noches.
-Buenas noches, y gracias –respondieron al unísono.
Sonrieron alegres ante la buena suerte de haber podido hospedarse en un sitio aquella noche. Aunque aquel lugar diese escalofríos…
Durante varios días el tiempo siguió siendo lluvioso y tormentoso. Josh se pasaba la mayoría del tiempo arreglando el coche, y Charlotte y Will se pasaban el día recorriendo las múltiples habitaciones de la casa: una enorme y preciosa biblioteca, una cocina digna de un palacio, un salón para organizar bailes… Aunque el mayordomo les había prohibido entrar tanto a la habitación de su señor como al sótano. Era extraño, porque cada vez que pasaban por las puertas de acceso a aquellas habitaciones, Clumsy se volvía agresiva y ladraba como si nunca lo hubiese hecho. Los tres amigos se encontraban muy inseguros allí porque aunque el mayordomo no se quisiera dar cuenta, en esa casa sucedían “cosas”…
El comportamiento tan antinatural de Clumsy lo pudieron justificar una vez que vieron caerse varios muebles a la vez, sin explicación ninguna, sólo los alarmantes gruñidos y ladridos de Clumsy, y los espeluznantes estallidos de los rayos y relámpagos. Muchas veces escucharon por las noches susurros y voces en el pasillo, teniendo como respuesta del mayordomo que seguramente fuera el viento o alguno de ellos que hablaba en sueños.
Una noche decidieron quedarse todos despiertos para volver a escuchar esas voces y ver si en realidad era el viento o ellos u “otra cosa.” Aquella noche no escucharon las voces pero sí unos pasos que bajaban las escaleras y la puerta de entrada abrirse.
Todos salieron temerosos de sus habitaciones, sintiendo una atmósfera muy pesada sobre ellos. Clumsy gruñía profundamente enseñando los colmillos. Bajaron en puntillas los escalones, y a mitad de la escalera se podía percibir el frío que entraba por la puerta abierta.
-El abrigo del mayordomo no está –descubrió Will.
-¿A dónde habrá ido? –preguntó Josh.
Cogieron sus abrigos y unas linternas, y salieron fuera de la casa. No vieron que estuviera allí, y decidieron a rodear la casa para encontrarle.
Se encontraban en campo abierto. Todo el suelo estaba cubierto de espesa hierba verde pero no había ni un solo arbusto ni árbol tampoco. Era como si esa casa estuviera apartada del resto del mundo.
Clumsy rastreaba con su hocico pegado al suelo, dejando que su olfato oliese el olor conocido del mayordomo. Consiguió captar un casi imperceptible aroma y ladró una vez para reunir a sus amigos.
-Creo que ha encontrado algo – dijo Charlotte.
Siguieron a la perrita por la pendiente de la colina donde se encontraba la casa hasta llegar a los pies del único árbol que había en ese inmenso valle: un majestuoso roble de imponente tronco y salvajes ramas.
Todos lo miraron con gran respeto, abrumados por el tamaño del árbol. Sintieron que Clumsy volvía a moverse alrededor del tronco y cuando llegó al otro lado, ladró. Corrieron bordeando el tronco y se encontraron a la perrita con gesto aquejumbrado al lado de una piedra. Pensaron que le había pasado algo pero al acercarse se dieron cuenta de que la piedra era una lápida que respondía a Elisabeth Eliot, en letras de oro.
-Ella es… -comenzó a decir Charlotte.
-La señora Eliot –acabó diciendo Josh.
El repentino gruñido de Clumsy les avisó de que alguien o algo de acercaba.
-¡¿Qué hacéis aquí?! –gritó alarmado y asustado el mayordomo apareciendo por un lado del tronco.
-¡Señor! Nosotros… -exclamó Will.
-¡No deberíais estar aquí! ¡Es muy peligroso! ¡Moriréis! –gritaba histérico.
-¿Por qué? ¿Qué está diciendo? ¿Qué está pasando? –preguntaba nerviosa Charlotte.
En ese momento apareció alguien más detrás del mayordomo: era mucho más alto que él y no se podía ver debido a la oscuridad de la noche. El mayordomo abrió mucho los ojos y comenzó a darse la vuelta despacio.
-Mi señor… -murmuró acongojado.
-Malditos asesinos… ¡Pagaréis por todas las penurias que me hicisteis pasar! –sentenció una voz de ultratumba.
La sombra traspasó al mayordomo y se hizo visible. El espíritu del señor Eliot los miraba con furia y locura a través de sus ojos vacíos de vida, y su semblante pálido y translúcido dejaba ver el peor de los desprecios.
-¡Cómo osáis irrumpir la paz y la tranquilidad de mi querida esposa! –su torrente de voz les hizo perder el equilibrio y caerse de espaldas al suelo. Se habían quedado sin palabras y aliento para poder gritar de pavor.
-¡Pare! ¡Señor, pare, por favor! ¡Ellos no son los asesinos! ¡Pare, por favor! –gritaba el mayordomo.
-¡No, Clint! ¡Tienen que ser castigados por arrebatarme a mi amada Elisabeth! ¡Tienen que morir! –protestó el señor Eliot acercándose peligrosamente a ellos.
-¡No! ¡No dejaré que mate a más gente inocente! ¡Ya basta señor Edward! –impuso sin miedo el mayordomo colocándose entre los chicos y el espíritu.
El espíritu apretó el gesto y frunció el ceño con furia, y llenándose sus ojos de ira, se lanzó sobre él con clara intención de matarle. Pero justo en el momento en que iba a ser irrevocablemente golpeado, Clumsy lo empujó a un lado, provocando que el espíritu desapareciera con un grito desgarrador. Clumsy ladraba y rugía mirando al lugar donde antes había estado el señor Eliot.
Fueron a socorrer al mayordomo, que ahora sabían que se llama Clint, y ver si estaba herido.
-Se acabó. Nos largamos de aquí –decidió Josh. Los otros dos le miraron sorprendidos- Ajustaré algunas piezas del motor y nos iremos esta misma noche –dijo empezando a caminar hacia la colina.
-¿Qué? ¡Pero no podemos dejar al viejo Clint así! ¡No podemos dejarle solo con ese espíritu deambulando por la casa! –gritó Charlotte.
-¡Así es! ¡Tenemos que ayudarle! ¡Es muy peligroso que le dejemos aquí! –secundó Will.
Ambos lo dijeron con tal convicción que Josh se resignó a hacerles caso. Llevaron a Clint a la casa y lo tumbaron en el sofá. Josh encendió la chimenea y Clumsy se puso a hacer guardia por la sala.
Cuando vieron que Clint se recuperaba le preguntaron qué era lo que había ocurrido.
-La verdad es que los únicos habitantes de esta casa somos el señor Eliot y yo. Yo era un crío de cuatro años cuando conocí por primera vez al señor Edward Eliot, que así es como se llama. Mi familia ha estado al servicio de la familia Eliot por cientos de años… Lo que iba diciendo: el señor Edward, tendría unos cuantos años más que vosotros, veinticinco o veintiséis, era serio y educado, pero amable y de carácter honrado y bondadoso. Estaba casado con la señorita Elisabeth Russel, una hermosa dama de la misma edad de él y con un corazón tan grande y puro que desprendía cariño y dulzura por doquier. Hacían una pareja perfecta, y como todos, tenían sus diferencias pero que hacía que se complementaran mucho más y se amaran con profunda ternura. Eran muy felices, pero la felicidad se marchó una noche de lluvia de un mes de marzo… El señor Edward tuvo que viajar a Londres por cuestiones de trabajo, y la señora Elisabeth se quedó en casa sola junto con mi abuelo, el mayordomo. Cuál fue su desgracia que unos ladrones vagaban por la zona en busca de fortuna. Asaltaron la casa y la señora Elisabeth, en un intento de mantenerse firme ante los malhechores, recibió una puñalada que le quitó la vida. El señor Edward regresó a la casa como una exhalación cuando recibió la fatídica noticia, y mientras lloraba junto al cuerpo de su esposa, juró y perjuró que acabaría con los que un día se llevaron a su amada de su lado. Pasaron los años y el señor murió de una enfermedad del corazón, bien hubiese sido de tristeza. Mi familia abandonó la casa ya que no había señor al que servir. Pero sólo una semana después, se dio la noticia de que los mismos ladrones que mataron a la señora Elisabeth fueron encontrados muertos en esa misma casa. Mi padre me llevó a la casa después de que sucediera aquello, y allí nos lo encontramos, como un alma en pena. Nos reconoció y nos pidió ayuda… Ayuda para matar a los asesinos de su esposa. Le explicamos que ya los había matado, que su señora descansaría en paz gracias a su venganza, pero no volvió en sí… Desde aquel momento confunde a todas las personas que se quedan en esta casa con los asesinos de la señora Elisabeth, y los mata… Siento haberos metido en esto, pero es que ya no puedo más, ya estoy cansado de presenciar tantas muertes y de no poder ayudar a nadie, sobre todo al señor Edward, que es quien más lo necesita –terminó su narración con un grave suspiro lleno de melancolía.
Todos se miraron conmocionados con toda aquella verdad y lo que ella implicaba.
-Ayudaremos. Ayudaremos a encontrar la paz al señor Eliot, ¿verdad que sí, Clumsy? –dijo decidida Charlotte.
Clumsy ladró animada, moviendo la cola.
-Está bien –corroboró Will.
-De acuerdo –aceptó Josh.
-Muchas gracias, muchachos… Si la señora Elisabeth estuviera aquí, se hubiera puesto muy contenta.
Todavía faltaban varias horas para que amaneciera, así que decidieron quedarse toda la noche buscando una solución. Primero revisaron toda la información que tenían, pero no sacaron nada en claro. Luego, Will tuvo la excelente idea de entrar en las dos únicas habitaciones prohibidas: la habitación del señor Eliot y el sótano.
Decididos, aunque aterrados, se dirigieron primero a la habitación. Se detuvieron delante de la puerta y los gruñidos de Clumsy ya les indicaron que había alguien dentro. Cogieron aire y abrieron de sopetón la puerta. A continuación se desató un remolino de aire tan potente que los muebles comenzaron a moverse.
-¡No podréis salir de aquí! ¡Nunca! –gritó la voz del señor Eliot dentro de la habitación.
-¡Tenéis que coger la llave de oro que está en el peinador! ¡Esa llave pertenece a una cámara oculta en el sótano! ¡Quizá esconda algo allí dentro! –gritaba Clint contra el viento.
-¡Es imposible! ¡Si entramos no podremos salir! –gritó Josh.
-¡Guau! –ladró Clumsy entrando de un salto en la habitación.
La perrita iba esquivando con dificultad los muebles que se le venían encima, pero aun así no dejó de avanzar y al final llegó al peinador donde atrapó por poco la llave.
-¡No! –exclamó el señor Eliot al ver que Clumsy lograba salir de la habitación.
-¡Bien hecho, Clumsy! –la felicitaron todos.
Rápidamente bajaron las escaleras, sintiendo que el espíritu del señor Eliot iba detrás de ellos. Llegaron al final de pasillo donde se encontraban las escaleras de acceso al sótano y fueron entrando uno por uno, pero no fueron lo suficiente rápidos porque abajo ya les esperaba un nuevo remolino.
-¡No dejaré que os llevéis el único recuerdo de mi amada! ¡Jamás! ¡Moriréis aquí! –gritaba iracundo el espíritu.
Intentaban agarrarse a algo estable para no salir volando mientras buscaban alguna puerta en la estancia.
-¡Allí! –gritó Will.
Todos miraron a una pequeña puerta con el pomo y la cerradura de oro como la llave.
-¡Está bien! ¡Id vosotros! ¡Yo lo entetendré! –gritó Clint.
Agarró la pata de una silla que pasó volando a su lado y la lanzó con todas sus fuerzas al centro del remolino donde suponía que debería estar el espíritu. Estuvo en lo cierto porque la intensidad del viento decreció unos instantes dejando libre movimiento a los cuatro amigos. Comenzaron a lanzarle todo lo que se les ponía en el camino y al final consiguieron llegar a la puerta y abrirla.
Entraron en un túnel de tierra que bajaba no sabían a donde. Siguieron el túnel, a veces escuchando el alboroto en el sótano, preocupados de que le hubiera pasado algo a Clint y que no tenían mucho tiempo.
Hubo un momento en que el túnel dejó de bajar para volver a andar en plano de nuevo. Las luces de las linternas iluminaron el final del túnel y acto seguido iluminaron una pequeña sala subterránea en cuyo centro solamente había un lujoso joyero. Se acercaron con cuidado y en silencio llegando a tocarlo por unos segundos antes de que el espíritu del señor Eliot se apareciese ante ellos.
-¡Ya me habéis burlado bastante, malditos! ¡Este es vuestro fin! –dijo extendiendo sus brazos hacia ellos.
Antes de poder ni siquiera tocarlos, Clumsy saltó y tiró el joyero de la piedra donde estaba colocado. El espíritu inmediatamente dejó de prestarles atención para poder coger el joyero antes de que tocase el suelo y se rompiese. Pero Charlotte lo atrapó primero y lo abrió, sacando de él un medallón de plata con detalles grabados en él.
-¡Abre el medallón! –exclamó Clint llegando exhausto a la cámara.
Al momento de abrirlo, una luz resplandeciente apareció en la pequeña cámara. De aquella luz salió el hermoso espíritu de Elisabeth, tan puro y radiante que llenó de paz a todos los presentes.
-Elisabeth… -susurró atónito Edward.
Elisabeth no dijo nada. Sonrió y  extendió la mano a su esposo. Edward la contempló como si fuera lo más magnífico que había visto en su vida y poco a poco fue levantando su mano hasta tomar con delicadeza la de su esposa. En ese momento, un destello cegador de luz los cubrió a todos haciendo que se taparan los ojos. Cuando los volvieron a abrir, se encontraron bajo el gran roble que estaba a los pies de la colina, bajo un cálido amanecer que asomaba por el horizonte. A su lado, tanto el espíritu de Elisabeth como el de Edward, brillaban los dos de la misma forma clara y limpia. Ambos les sonreían y ambos les agradecían todo lo que habían hecho por ellos. Varios segundos después, ya no quedaba rastro de ninguno de los dos.
Sólo el medallón de plata que en su interior albergaba los recuerdos de aquellas dos personas que habían vivido, muerto, esperado y vuelto a vivir para encontrarse, y  así dejar constancia de que hay amor más allá de la muerte.

FIN

AUTORA: Helena Fernández Cabrera
4º ESO F
     Os saludo de nuevo, confiando en que esta vez nuestro esfuerzo sea más fructífero. Espero que los alumnos de 4º de ESO participen activamente y este blog obre vida definitivamente.
Mª Luz Domínguez