LOS ELIOT
Tres amigos, incluyendo a una preciosa perrita Collie,
viajaban por el noreste de Inglaterra en un viejo cuatro por cuatro.
La perrita Collie ocupaba uno de los asientos traseros del
coche dejando pelos color caramelo en el respaldo.
-¡Clumsy! –llamó la alegre voz de su acompañante.
Inmediatamente, los ojos grisáceos de Clumsy se volvieron
para contemplar el amable rostro de su dueña, quien le incitó con un gesto de
mano abalanzarse sobre ella con efusividad.
-¡Charlotte! ¿Cuántas veces te he dicho que mantuvieras
quieta a Clumsy? ¿No ves que va soltando pelos por todos lados? –advirtió con
voz contrariada el conductor.
-Vamos, Josh, ya sabes que para un Collie es imposible no
caerse el pelo, incluso aunque esté como una estatua, ¿verdad, Clumsy? –dijo el
copiloto dándose la vuelta en su asiento y acariciando a la perrita entre las
erguidas orejas.
Aquel era William, más conocido como Will, para los amigos.
Entre los dos chicos del grupo, Will era quien más le gustaba a Clumsy; no es
que Josh fuera para nada menos amable, sólo un poco más irritable…
Josh tomó una curva que los llevó por un camino viejo de
grava y tierra que, según él, era un atajo. A medida que continuaban, el cielo
comenzó a nublarse con nubes claramente cargadas de lluvia.
Cuando llevaban más de media hora siguiendo la misma
dirección de la carretera vieja, el motor comenzó a hacer sonidos raros.
-¡Oh, oh! –murmuró Charlotte.
-Vamos, vamos, no te pares ahora –dijo entre dientes Josh.
Clumsy empezó a ladrar
en cuanto vio que varias gotas de lluvia chocaban contra el parabrisas.
-Genial… -susurró con ironía Will justo en el momento en que
se paró el coche con un estruendo.
Después de diez minutos, Josh volvía a encontrarse dentro del
coche, empapado y con cara disgustada.
-El motor “ha muerto” –anunció el chico removiéndose en el
asiento.
-Míralo por el lado positivo: por lo menos tenemos un lugar
donde regocijarnos de la lluvia –contestó optimista Charlotte con su
inquebrantable buen humor.
-Sí, claro, sin contar que estamos perdidos en un campo de no
sé qué parte de Inglaterra, con comida de perro como único alimento, y con una
tormenta sobre nosotros –indicó Will con claro sarcasmo en su tono de voz.
-¡Guau, guau! –ladró insistentemente Clumsy apoyando sus
patas delanteras en la ventana de la puerta trasera contraria a la de
Charlotte.
Todos miraron en la dirección en la que ladraba Clumsy y
vieron la silueta ensombrecida de una casa en lo alto de una colina. Se
observaba una tenue luz procedente del interior de la casa.
-¡Qué suerte! –exclamó sonriente la chica.
-Coged vuestras cosas del maletero y vayamos rápidamente a
esa casa. Seguramente haya alguien que nos pueda ayudar… y que tenga
herramientas también –ordenó decidido Josh.
Cogieron sus cosas y se fueron corriendo hacia la casa. A
medida que se iban acercando, las dimensiones de aquella silueta fueron
haciéndose más grandes. Cuando llegaron al porche se encontraron una gran casa
de campo del siglo dieciocho. Parecía en buen estado a pesar de los años que
podía tener, pero presentaba colores oscuros y gastados que le daban un toque
bastante tenebroso. Añadiendo los truenos y relámpagos que comenzaban a
sucederse en el cielo, la opción que tenían delante no les parecía ni mucho
menos acogedora.
-Esto parece una película de fantasmas… -susurró
entrecortadamente Will.
Josh y Charlotte miraron a su amigo con ojos impacientes,
para que llamase a la puerta. Ninguno de ellos quería o, al menos, tenía el
valor de hacerlo. Clumsy se acercó a él con su pelo lacio y largo chorreando.
Lamió la mano del chico dándole ánimos. Él le sonrió y cogió aire, preparándose
para dar la cara al miedo. Se acercó a la puerta acompañado por Clumsy y dio
tres golpes sobre la gastada madera.
En un principio no pasó nada ni se escuchó ningún sonido
desde el interior de la casa. Will se giró levemente para intercambiar una
mirada extrañada con sus amigos, cuando se repente la puerta comenzó a abrirse
despacio con un chirrido espeluznante. Todos contuvieron la respiración. Will
volvió la vista de nuevo a la puerta, y se encontró con la pálida figura de un
anciano que le miraba con fijeza, atravesándolo con sus ojos azules como el más
frío de los hielos.
Nadie dijo nada, sólo el cielo rugía con fiereza. Clumsy le
dio un golpecito en la mano a Will para que dijera algo. El chico tragó saliva
y todavía con los ojos abiertos por la impresión, dijo:
-Perdone… Buenas noches. Sentimos si le hemos interrumpido,
pero a mis amigos y a mí se nos ha estropeado el coche –dijo en el tono más
educado posible. El anciano lo miraba impasible- Nos preguntábamos si nos
dejaría quedarnos aquí hasta que arreglemos el coche, si no es molestia –en ese
momento sus ojos azules centellearon y levantó la mirada hacia los demás- O
hasta que pare la tormenta, si prefiere –repuso Will alarmado por aquel
repentino movimiento, creyendo que lo había molestado.
-Pasad –contestó el anciano con voz baja y grave.
Se dio la vuelta y abrió por completo la puerta. Will miró a
sus amigos con sorpresa. Ellos, muertos de frío y mojados como estaban, en
cuanto vieron la puerta abierta se lanzaron dentro de la casa. Clumsy y Will
entraron con precaución a un gran vestíbulo iluminado por la luz de una gran
chimenea tan antigua como la casa.
Charlotte, que se caracterizaba por su gran extroversión y
confianza, ya había entablado una conversación, aunque no muy fluida, con el
anciano.
-Muchas gracias, señor. Pensábamos que tendríamos que
quedarnos en el coche hasta mañana. Es muy amable por dejarnos pasar a su…
bonita casa –agradeció la chica con una sonrisa un tanto forzada.
El anciano sonrió levemente con semblante lastimero.
-Yo sólo soy el mayordomo de la casa. El señor no está en
estos momentos. Sentaos en la sala y calentaos al fuego. Os traeré algo de
comer –dijo con la misma voz monótona de antes.
Todos musitaron un leve “gracias” y se fueron a sentar en el
gran sofá de felpa rojo que había delante de la chimenea. Clumsy se tumbó a sus
pies.
-El dueño de esta casa debe de ser alguien importante y rico
para poseer todo esto –dijo Josh refiriéndose a todos los muebles de época que
llenaban la sala. Parecía que se encontraban realmente en el siglo dieciocho.
-Mirad –dijo Will en tono bajo.
Todos miraron al cuadro que se encontraba al fondo de la habitación:
era una pintura o, más bien, un retrato de dos personas.
Representaba a una pareja muy bella, vestidos con ropajes
caros y finos. El hombre tenía un porte elegante y serio, mientras que la mujer
poseía un rostro amable y dulce.
Todos supusieron que debían de haber sido los dueños de
aquella casa mucho tiempo atrás.
-Son el señor y la señora Eliot –informó el mayordomo
sobresaltándolos. Dejó la bandeja con la comida en una mesilla al lado del
sofá- Ellos fueron los que mandaron construir esta casa de campo para su
disfrute –explicó mirando nostálgico el retrato. Apartó la vista rápidamente,
contrariado- Por favor, comed lo que queráis.
Los chicos se miraron y al cuarto de hora ya no había nada en
la bandeja.
-¡Ah! ¡Qué delicia! –exclamó Will.
El mayordomo sonrió.
-Hace bastante tiempo que no tengo huéspedes tan jóvenes como
vosotros. Muy a menudo llegan aquí viajeros para resguardarse del mal tiempo
que hace por estas zonas.
-¿Y a su señor no le importa? –preguntó Charlotte.
-No suele quedarse aquí por mucho tiempo… Quizás no le
conozcáis durante vuestra estadía –dijo con tono enigmático.
El mayordomo recogió la bandeja y acto seguido les dijo que
les enseñaría sus habitaciones. En cuanto estaban atravesando la puerta del
vestíbulo, Clumsy movió las orejas y enseñó los dientes. Rápidamente se puso a
ladrar con rabia delante del retrato de los señores Eliot. Había sentido una
identidad procedente de aquel cuadro, y no le gustaba nada de nada.
El mayordomo la miraba de forma neutra. No había en su semblante
ningún rastro de su reciente amabilidad.
-¡Clumsy! –gritaron exaltados los tres amigos.
Josh se adelantó y cogió a la perrita por el collar, tirando
de ella con gran fuerza al ver que se resistía.
Cuando la consiguieron sacar de la sala y dejara de ladrar,
le pidieron disculpas al mayordomo con gran pena. Él solamente dijo que no
importaba y los llevó al piso de arriba, no sin antes mirar con ojos inquietos
al cuadro que había causado tanto revuelo.
El piso de arriba estaba lleno de espaciosas habitaciones,
también decoradas como el resto de la temática de la casa. Había habitaciones
para todos, y antes de despedirse del mayordomo para disponer cada uno de su
habitación, Josh preguntó:
-Perdone, pero ¿no tendrá usted una caja de herramientas? Da
igual que sea antigua, me las podré apañar.
-Por supuesto. Mañana la encontrará en la mesa del salón para
que pueda usarla –contestó amablemente- Buenas noches.
-Buenas noches, y gracias –respondieron al unísono.
Sonrieron alegres ante la buena suerte de haber podido
hospedarse en un sitio aquella noche. Aunque aquel lugar diese escalofríos…
Durante varios días el tiempo siguió siendo lluvioso y
tormentoso. Josh se pasaba la mayoría del tiempo arreglando el coche, y
Charlotte y Will se pasaban el día recorriendo las múltiples habitaciones de la
casa: una enorme y preciosa biblioteca, una cocina digna de un palacio, un
salón para organizar bailes… Aunque el mayordomo les había prohibido entrar
tanto a la habitación de su señor como al sótano. Era extraño, porque cada vez
que pasaban por las puertas de acceso a aquellas habitaciones, Clumsy se volvía
agresiva y ladraba como si nunca lo hubiese hecho. Los tres amigos se
encontraban muy inseguros allí porque aunque el mayordomo no se quisiera dar
cuenta, en esa casa sucedían “cosas”…
El comportamiento tan antinatural de Clumsy lo pudieron
justificar una vez que vieron caerse varios muebles a la vez, sin explicación
ninguna, sólo los alarmantes gruñidos y ladridos de Clumsy, y los espeluznantes
estallidos de los rayos y relámpagos. Muchas veces escucharon por las noches
susurros y voces en el pasillo, teniendo como respuesta del mayordomo que
seguramente fuera el viento o alguno de ellos que hablaba en sueños.
Una noche decidieron quedarse todos despiertos para volver a
escuchar esas voces y ver si en realidad era el viento o ellos u “otra cosa.”
Aquella noche no escucharon las voces pero sí unos pasos que bajaban las
escaleras y la puerta de entrada abrirse.
Todos salieron temerosos de sus habitaciones, sintiendo una
atmósfera muy pesada sobre ellos. Clumsy gruñía profundamente enseñando los
colmillos. Bajaron en puntillas los escalones, y a mitad de la escalera se
podía percibir el frío que entraba por la puerta abierta.
-El abrigo del mayordomo no está –descubrió Will.
-¿A dónde habrá ido? –preguntó Josh.
Cogieron sus abrigos y unas linternas, y salieron fuera de la
casa. No vieron que estuviera allí, y decidieron a rodear la casa para
encontrarle.
Se encontraban en campo abierto. Todo el suelo estaba
cubierto de espesa hierba verde pero no había ni un solo arbusto ni árbol
tampoco. Era como si esa casa estuviera apartada del resto del mundo.
Clumsy rastreaba con su hocico pegado al suelo, dejando que
su olfato oliese el olor conocido del mayordomo. Consiguió captar un casi
imperceptible aroma y ladró una vez para reunir a sus amigos.
-Creo que ha encontrado algo – dijo Charlotte.
Siguieron a la perrita por la pendiente de la colina donde se
encontraba la casa hasta llegar a los pies del único árbol que había en ese
inmenso valle: un majestuoso roble de imponente tronco y salvajes ramas.
Todos lo miraron con gran respeto, abrumados por el tamaño
del árbol. Sintieron que Clumsy volvía a moverse alrededor del tronco y cuando
llegó al otro lado, ladró. Corrieron bordeando el tronco y se encontraron a la
perrita con gesto aquejumbrado al lado de una piedra. Pensaron que le había
pasado algo pero al acercarse se dieron cuenta de que la piedra era una lápida
que respondía a Elisabeth Eliot, en letras de oro.
-Ella es… -comenzó a decir Charlotte.
-La señora Eliot –acabó diciendo Josh.
El repentino gruñido de Clumsy les avisó de que alguien o
algo de acercaba.
-¡¿Qué hacéis aquí?! –gritó alarmado y asustado el mayordomo
apareciendo por un lado del tronco.
-¡Señor! Nosotros… -exclamó Will.
-¡No deberíais estar aquí! ¡Es muy peligroso! ¡Moriréis!
–gritaba histérico.
-¿Por qué? ¿Qué está diciendo? ¿Qué está pasando? –preguntaba
nerviosa Charlotte.
En ese momento apareció alguien más detrás del mayordomo: era
mucho más alto que él y no se podía ver debido a la oscuridad de la noche. El
mayordomo abrió mucho los ojos y comenzó a darse la vuelta despacio.
-Mi señor… -murmuró acongojado.
-Malditos asesinos… ¡Pagaréis por todas las penurias que me
hicisteis pasar! –sentenció una voz de ultratumba.
La sombra traspasó al mayordomo y se hizo visible. El
espíritu del señor Eliot los miraba con furia y locura a través de sus ojos
vacíos de vida, y su semblante pálido y translúcido dejaba ver el peor de los
desprecios.
-¡Cómo osáis irrumpir la paz y la tranquilidad de mi querida
esposa! –su torrente de voz les hizo perder el equilibrio y caerse de espaldas
al suelo. Se habían quedado sin palabras y aliento para poder gritar de pavor.
-¡Pare! ¡Señor, pare, por favor! ¡Ellos no son los asesinos!
¡Pare, por favor! –gritaba el mayordomo.
-¡No, Clint! ¡Tienen que ser castigados por arrebatarme a mi
amada Elisabeth! ¡Tienen que morir! –protestó el señor Eliot acercándose
peligrosamente a ellos.
-¡No! ¡No dejaré que mate a más gente inocente! ¡Ya basta
señor Edward! –impuso sin miedo el mayordomo colocándose entre los chicos y el
espíritu.
El espíritu apretó el gesto y frunció el ceño con furia, y
llenándose sus ojos de ira, se lanzó sobre él con clara intención de matarle.
Pero justo en el momento en que iba a ser irrevocablemente golpeado, Clumsy lo
empujó a un lado, provocando que el espíritu desapareciera con un grito
desgarrador. Clumsy ladraba y rugía mirando al lugar donde antes había estado
el señor Eliot.
Fueron a socorrer al mayordomo, que ahora sabían que se llama
Clint, y ver si estaba herido.
-Se acabó. Nos largamos de aquí –decidió Josh. Los otros dos
le miraron sorprendidos- Ajustaré algunas piezas del motor y nos iremos esta
misma noche –dijo empezando a caminar hacia la colina.
-¿Qué? ¡Pero no podemos dejar al viejo Clint así! ¡No podemos
dejarle solo con ese espíritu deambulando por la casa! –gritó Charlotte.
-¡Así es! ¡Tenemos que ayudarle! ¡Es muy peligroso que le
dejemos aquí! –secundó Will.
Ambos lo dijeron con tal convicción que Josh se resignó a
hacerles caso. Llevaron a Clint a la casa y lo tumbaron en el sofá. Josh
encendió la chimenea y Clumsy se puso a hacer guardia por la sala.
Cuando vieron que Clint se recuperaba le preguntaron qué era
lo que había ocurrido.
-La verdad es que los únicos habitantes de esta casa somos el
señor Eliot y yo. Yo era un crío de cuatro años cuando conocí por primera vez
al señor Edward Eliot, que así es como se llama. Mi familia ha estado al
servicio de la familia Eliot por cientos de años… Lo que iba diciendo: el señor
Edward, tendría unos cuantos años más que vosotros, veinticinco o veintiséis,
era serio y educado, pero amable y de carácter honrado y bondadoso. Estaba
casado con la señorita Elisabeth Russel, una hermosa dama de la misma edad de
él y con un corazón tan grande y puro que desprendía cariño y dulzura por
doquier. Hacían una pareja perfecta, y como todos, tenían sus diferencias pero
que hacía que se complementaran mucho más y se amaran con profunda ternura.
Eran muy felices, pero la felicidad se marchó una noche de lluvia de un mes de
marzo… El señor Edward tuvo que viajar a Londres por cuestiones de trabajo, y
la señora Elisabeth se quedó en casa sola junto con mi abuelo, el mayordomo.
Cuál fue su desgracia que unos ladrones vagaban por la zona en busca de fortuna.
Asaltaron la casa y la señora Elisabeth, en un intento de mantenerse firme ante
los malhechores, recibió una puñalada que le quitó la vida. El señor Edward
regresó a la casa como una exhalación cuando recibió la fatídica noticia, y
mientras lloraba junto al cuerpo de su esposa, juró y perjuró que acabaría con
los que un día se llevaron a su amada de su lado. Pasaron los años y el señor
murió de una enfermedad del corazón, bien hubiese sido de tristeza. Mi familia
abandonó la casa ya que no había señor al que servir. Pero sólo una semana
después, se dio la noticia de que los mismos ladrones que mataron a la señora
Elisabeth fueron encontrados muertos en esa misma casa. Mi padre me llevó a la
casa después de que sucediera aquello, y allí nos lo encontramos, como un alma
en pena. Nos reconoció y nos pidió ayuda… Ayuda para matar a los asesinos de su
esposa. Le explicamos que ya los había matado, que su señora descansaría en paz
gracias a su venganza, pero no volvió en sí… Desde aquel momento confunde a
todas las personas que se quedan en esta casa con los asesinos de la señora
Elisabeth, y los mata… Siento haberos metido en esto, pero es que ya no puedo
más, ya estoy cansado de presenciar tantas muertes y de no poder ayudar a
nadie, sobre todo al señor Edward, que es quien más lo necesita –terminó su
narración con un grave suspiro lleno de melancolía.
Todos se miraron conmocionados con toda aquella verdad y lo
que ella implicaba.
-Ayudaremos. Ayudaremos a encontrar la paz al señor Eliot,
¿verdad que sí, Clumsy? –dijo decidida Charlotte.
Clumsy ladró animada, moviendo la cola.
-Está bien –corroboró Will.
-De acuerdo –aceptó Josh.
-Muchas gracias, muchachos… Si la señora Elisabeth estuviera
aquí, se hubiera puesto muy contenta.
Todavía faltaban varias horas para que amaneciera, así que
decidieron quedarse toda la noche buscando una solución. Primero revisaron toda
la información que tenían, pero no sacaron nada en claro. Luego, Will tuvo la
excelente idea de entrar en las dos únicas habitaciones prohibidas: la
habitación del señor Eliot y el sótano.
Decididos, aunque aterrados, se dirigieron primero a la
habitación. Se detuvieron delante de la puerta y los gruñidos de Clumsy ya les
indicaron que había alguien dentro. Cogieron aire y abrieron de sopetón la
puerta. A continuación se desató un remolino de aire tan potente que los
muebles comenzaron a moverse.
-¡No podréis salir de aquí! ¡Nunca! –gritó la voz del señor
Eliot dentro de la habitación.
-¡Tenéis que coger la llave de oro que está en el peinador!
¡Esa llave pertenece a una cámara oculta en el sótano! ¡Quizá esconda algo allí
dentro! –gritaba Clint contra el viento.
-¡Es imposible! ¡Si entramos no podremos salir! –gritó Josh.
-¡Guau! –ladró Clumsy entrando de un salto en la habitación.
La perrita iba esquivando con dificultad los muebles que se
le venían encima, pero aun así no dejó de avanzar y al final llegó al peinador
donde atrapó por poco la llave.
-¡No! –exclamó el señor Eliot al ver que Clumsy lograba salir
de la habitación.
-¡Bien hecho, Clumsy! –la felicitaron todos.
Rápidamente bajaron las escaleras, sintiendo que el espíritu
del señor Eliot iba detrás de ellos. Llegaron al final de pasillo donde se
encontraban las escaleras de acceso al sótano y fueron entrando uno por uno,
pero no fueron lo suficiente rápidos porque abajo ya les esperaba un nuevo
remolino.
-¡No dejaré que os llevéis el único recuerdo de mi amada!
¡Jamás! ¡Moriréis aquí! –gritaba iracundo el espíritu.
Intentaban agarrarse a algo estable para no salir volando
mientras buscaban alguna puerta en la estancia.
-¡Allí! –gritó Will.
Todos miraron a una pequeña puerta con el pomo y la cerradura
de oro como la llave.
-¡Está bien! ¡Id vosotros! ¡Yo lo entetendré! –gritó Clint.
Agarró la pata de una silla que pasó volando a su lado y la
lanzó con todas sus fuerzas al centro del remolino donde suponía que debería
estar el espíritu. Estuvo en lo cierto porque la intensidad del viento decreció
unos instantes dejando libre movimiento a los cuatro amigos. Comenzaron a
lanzarle todo lo que se les ponía en el camino y al final consiguieron llegar a
la puerta y abrirla.
Entraron en un túnel de tierra que bajaba no sabían a donde.
Siguieron el túnel, a veces escuchando el alboroto en el sótano, preocupados de
que le hubiera pasado algo a Clint y que no tenían mucho tiempo.
Hubo un momento en que el túnel dejó de bajar para volver a
andar en plano de nuevo. Las luces de las linternas iluminaron el final del
túnel y acto seguido iluminaron una pequeña sala subterránea en cuyo centro
solamente había un lujoso joyero. Se acercaron con cuidado y en silencio
llegando a tocarlo por unos segundos antes de que el espíritu del señor Eliot se
apareciese ante ellos.
-¡Ya me habéis burlado bastante, malditos! ¡Este es vuestro
fin! –dijo extendiendo sus brazos hacia ellos.
Antes de poder ni siquiera tocarlos, Clumsy saltó y tiró el
joyero de la piedra donde estaba colocado. El espíritu inmediatamente dejó de
prestarles atención para poder coger el joyero antes de que tocase el suelo y
se rompiese. Pero Charlotte lo atrapó primero y lo abrió, sacando de él un
medallón de plata con detalles grabados en él.
-¡Abre el medallón! –exclamó Clint llegando exhausto a la
cámara.
Al momento de abrirlo, una luz resplandeciente apareció en la
pequeña cámara. De aquella luz salió el hermoso espíritu de Elisabeth, tan puro
y radiante que llenó de paz a todos los presentes.
-Elisabeth… -susurró atónito Edward.
Elisabeth no dijo nada. Sonrió y extendió la mano a su esposo. Edward la contempló
como si fuera lo más magnífico que había visto en su vida y poco a poco fue
levantando su mano hasta tomar con delicadeza la de su esposa. En ese momento,
un destello cegador de luz los cubrió a todos haciendo que se taparan los ojos.
Cuando los volvieron a abrir, se encontraron bajo el gran roble que estaba a
los pies de la colina, bajo un cálido amanecer que asomaba por el horizonte. A
su lado, tanto el espíritu de Elisabeth como el de Edward, brillaban los dos de
la misma forma clara y limpia. Ambos les sonreían y ambos les agradecían todo
lo que habían hecho por ellos. Varios segundos después, ya no quedaba rastro de
ninguno de los dos.
Sólo el medallón de plata que en su interior albergaba los
recuerdos de aquellas dos personas que habían vivido, muerto, esperado y vuelto
a vivir para encontrarse, y así dejar
constancia de que hay amor más allá de la muerte.
FIN
AUTORA: Helena Fernández Cabrera
4º ESO F